El tentador helado que sacia el paladar

Artesanal y de sabores sin fin. El sector ha adaptado su producto a una calidad y gustos que rige más allá de los meses de verano.

Saborear un refrescante helado es un placer que hace disfrutar del momento.

Es uno de los productos estelares del verano, aunque su popularidad ha abierto su espacio temporal clásico, y ahora se consumen también en invierno. Satisface los gustos de la mayoría y no tiene barreras en cuanto a la edad de quien lo paladea. No sólo refresca, alimenta y pone en pausa la mente ejerciendo en ella como un efecto hipnótico. Porque el simple contacto de la lengua con el frío del helado, nos traslada a un mundo de sabroso placer; en pausa frente a lo cotidiano.

De vainilla, chocolate, limón, fresa, turrón, tutti frutti, dulce de leche, trufa, ron con pasas… La variedad de sabores es tan amplia como los gustos de los consumidores que cada vez demandan nuevas especialidades y calidades. Los heladeros se han tenido que adaptar a los cambios de un sector en alza y cada vez más exigente, dado que el cliente busca sabores frescos y auténticos.

El helado artesano se impone claramente entre las prioridades por esa calidad que se aprecia y exige. Y ¿cómo distinguir entre un producto de elaboración artesanal o industrial? La Asociación de Heladeros Artesanales explica que a los helados industriales se les inyecta aire para que suba el volumen. También, por el color. Si este es muy llamativo es señal de que tiene poco de artesanal. Incluso las tarrinas de los expositores pueden apuntar a una diferencia: si son muy regulares y uniformes, el producto es más artificial. Y los ingredientes, porque los maestros heladeros utilizan la fruta de temporada para sus elaboraciones, independientemente de los sabores que se mantienen durante todo el año, como los de nata, chocolate o limón.

Poder disfrutar de este producto los doce meses del año es ya una costumbre y se ha convertido en un imprescindible en los frigoríficos de muchos hogares. Como snack o de postre, son saludables, refrescan en verano y satisfacen el paladar en el invierno. Y para quienes piensen que las calorías pueden sumar inconvenientes (sobre todo, para quienes ‘viven’ con la báscula), hay cada vez más alternativas para que la sonrisa no se borre después de disfrutar de un helado. Los hay que añaden stevia orgánica, libres de proteína A1 de bajo índice glucémico (para diabéticos, por ejemplo). O helados que evitan la proteína láctea, sin lactosa, en el caso de tener alguna alergia de tipo alimentaria; también aptos para los veganos, que buscan sustituirla por ingredientes de origen vegetal, como verduras, avena o soja.

No hay motivos para no seguir incrementando la cifra de ventas de este sector, dulce, tentador y de lo más agradable. En plena pandemia, el helado fue el «socorro» gustativo para muchos, prueba de ello es que, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación publicados en mayo de 2020, cada español consumió durante el confinamiento 3,16 kg de helados, con un gasto medio por persona de 11,67 euros.

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