El mayor reto de la historia

La pandemia ha provocado cambios en los hábitos personales y en las relaciones sociales

Estamos ante un desafío histórico, y sólo juntos podremos superarlo», dijo la canciller de Alemania, Angela Merkel el 18 de marzo último en un discurso televisado por todas las cadenas del país. «Desde la Segunda Guerra Mundial, nuestro país no ha afrontado un desafío que dependa tanto de nuestra solidaridad colectiva» agregó la líder europea para expresar la importancia de lo que entonces apenas comenzaba. «Esto es serio; tómenselo en serio ustedes también» ahondó en una de sus pocas alocuciones en sus quince años de gobierno dirigidas a los habitantes de la locomotora económica y financiera de Europa.

Nueve meses después de aquella exhortación resulta aún difícil vislumbrar cuáles serán los efectos de esta ola cuando quede atrás, pero sus consecuencias tienen ya el efecto de ser una crisis global. Cuando llegue ese día, ¿habremos cambiado sustancialmente? ¿O la sociedad volverá a sus inercias? se pregunta el profesor de Investigación del Instituto de Filosofía e Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC), Roberto R. Aramayo, quien califica al covid-19 como «un peligro social potencialmente instructivo» debido al carácter igualitario de la amenaza que representa. «Una cuestión global que no puede abordarse con eficacia recurriendo a recetas locales y que precisa de una cooperación universal desde una óptica cosmopolita», argumenta el filósofo. «Esta crisis puede ayudarnos a cambiar nuestra mirada sobre cuestiones de enorme importancia. Puede variar, por ejemplo, la mentalidad hegemónica del sálvese quien pueda, imperante desde la caída del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría» añade en un artículo publicado a finales de marzo.

Reducir la desigualdad

Uno de estos cambios ayudaría a comprender que la actual desigualdad social, cada vez más acusada, no es sostenible a medio y largo plazo. Los beneficios desmesurados de la especulación deben tender a moderarse y no suponer el único modelo social a seguir. Las rentas del trabajo han de apreciarse para reactivar un consumo atemperado.

De igual forma, la pandemia puede hacer que se revisen conceptos como el aprecio por la moral del esfuerzo a la concienciación sobre los problemas del cambio climático. «Quizá descubramos que no tiene objeto desplazarse sin más» dice Tamayo. Hoy la tecnología nos permite comunicarnos desde nuestra sede habitual por motivos laborales. O que los viajes devienen más placenteros cuando alcanzamos nuestro destino sin prisas, admirando el paisaje desde un tren y disfrutando del propio itinerario.

Una de las cosas que ya ha demostrado ees que muchos quehaceres admiten ser atendidos merced al teletrabajo. «La mera presencia física no mejora el cumplimiento de determinados objetivos ni la motivación para realizarlos» argmenta. Y confía en que se genere una conciencia global de que resulta rentable invertir en ciencia e innovación, cultura y educación, además de dotar al sistema sanitario público con los recursos apropiados.

Interdependencia

En el plano global, uno de los cambios es que no cabe obviar nuestra mutua interdependencia en el seno de la globalización. Otra lección que debería quedar clara. «Es posible que casi nada sea como antes. Nos encontramos ante un punto de inflexión desde una perspectiva social. Ante uno de esos hitos que jalonan la historia. Puede darnos mucho que pensar y el tiempo para reflexionar con serenidad» dice el pensador, quien no descarta qeu una catástrofe social de semejante calibre, como la pandemia del coronavirus declarada en 2020, pueda propiciar a medio plazo sorpresas agradables para la convivencia. Siempre y cuando sus enseñanzas alienten a orientar con tino el rumbo social de las prioridades vitales.

Lecciones positivas

«Saquemos lecciones positivas de la pandemia. Las lecturas catastrofistas acostumbran a devenir profecías autocumplidas y ese riesgo sí que podemos evitarlo» propone. «Este sobresalto colectivo puede acabar con dogmas tenidos por indiscutibles e inaugurar una nueva época. Merece la pena meditarlo conjuntamente y aplacar con ello el tremendo impacto psicológico que ahora nos embarga» concluye.

La enfermedad, distribuida a lo largo y ancho del planeta pone en entredicho cuestiones que se entendían como sólidas, por ejemplo en la capacidad de los gobernantes para liderar esta situación, o las normas que deben regular el respeto a los Derechos Humanos con las exigencias de cuarentenas o la obligatoriedad de los confinamientos, las relaciones internacionales y la capacidad personal y colectiva de desplazamientos.

En lo individual y más cercano, los cambios han sido evidentes. Las compras a distancia han crecido al tiempo que se ha reducido el contacto social. Las relaciones de los servicios con los clientes toman distancia física y a la vez ganan en interdependencia, como ocurre en sectores como la banca o los seguros donde la telecomunicación sustituye al encuentro personal y cierra oficinas a la vez que abre líneas electrónicas. Los negocios y las empresas inventan nuevas fórmulas de contacto con sus potenciales clientes en busca de supervivencia y al tiempo, los ciudadanos añaden hábitos de higiene y distancia social. Nuevos modelos para un mundo que será diferente.

Es difícil percibir los efectos de esta ola cuando quede atrás, pero sus consecuencias tienen ya el efecto de ser una crisis global

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